martes, septiembre 9, 2025

Messi se despidió en casa: una goleada, dos goles y mil lágrimas

El fútbol tiene noches que no se explican, se sienten. Y la del jueves en el Monumental fue una de ellas. Argentina venció 3-0 a Venezuela por la penúltima fecha de las Eliminatorias Sudamericanas rumbo al Mundial 2026. Pero el resultado fue apenas el telón de fondo de una función que quedará grabada en la memoria colectiva: el último partido oficial de Lionel Messi en suelo argentino.

La Albiceleste, ya clasificada y líder indiscutida con 38 puntos, jugó con soltura, pero también con una carga emocional que se respiraba en cada rincón del estadio. Messi, a sus 38 años, rompió en llanto durante el precalentamiento. No era un partido más. Era el cierre de un ciclo, el adiós a la camiseta celeste y blanca en casa, el momento que nadie quería que llegara, pero que todos sabían que era inevitable.

Y como tantas veces, Leo respondió con fútbol. Marcó dos goles: uno con una definición sutil tras asistencia de Julián Álvarez, y otro con un toque de penal en movimiento tras pase de Thiago Almada. Lautaro Martínez completó la goleada con un cabezazo certero. Venezuela, que aún pelea por el repechaje, apenas pudo resistir el vendaval emocional y futbolístico que se desató en Núñez.

Pero más allá del juego, lo que conmovió fue el ritual. Las ovaciones, los cantos, los abrazos. El país entero se detuvo para ver a su capitán por última vez en un partido por los puntos. Messi lo dijo con la serenidad que lo caracteriza: “Hoy fue el último partido por los puntos acá. No creo que juegue el otro Mundial. Pero estoy feliz, esto es lo que siempre soñé”.

La despedida de Messi en Argentina no fue una ceremonia oficial, ni un evento organizado. Fue una noche espontánea, genuina, donde el fútbol se volvió emoción pura. No hubo discursos ni homenajes institucionales. Hubo lágrimas, goles y una conexión irrepetible entre un jugador y su gente.

En tiempos donde el fútbol se mercantiliza, se negocia y se fragmenta, Messi regaló una postal de autenticidad. Jugó, lloró, abrazó y se fue. Como los grandes. Como los que no necesitan que los despidan, porque nunca se van del todo.

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