En el Hard Rock Stadium de Miami, Boca Juniors y Benfica protagonizaron un duelo vibrante que terminó 2 a 2, pero que dejó mucho más que un simple empate. Fue un partido cargado de emociones, goles, expulsiones y una intensidad que recordó por qué el fútbol es mucho más que un juego: es una pasión que no entiende de continentes ni de pronósticos.
El equipo de Miguel Ángel Russo sorprendió desde el arranque. Con actitud, presión alta y una dosis de rebeldía, Boca se puso 2-0 arriba gracias a los goles de Miguel Merentiel y Rodrigo Battaglia. El Xeneize parecía tener el control del partido, incluso ante un rival europeo con figuras como Ángel Di María y Nicolás Otamendi. Pero el fútbol, como siempre, guarda giros inesperados.
Benfica reaccionó. Primero con un penal convertido por Di María antes del descanso, y luego con un cabezazo de Otamendi a pocos minutos del final. El empate fue un golpe duro para Boca, que jugó gran parte del segundo tiempo con un hombre más tras la expulsión de Andrea Belotti, pero que también sufrió la roja de Nicolás Figal sobre el cierre.
Más allá del resultado, el partido dejó señales alentadoras para el conjunto argentino. Boca mostró carácter, juego colectivo y una identidad que parecía extraviada. Russo, en su tercer ciclo al frente del club, logró que su equipo compita de igual a igual ante un rival de jerarquía internacional. Y eso, en un torneo como el Mundial de Clubes, no es poca cosa.
El empate deja a ambos equipos con un punto en el Grupo C, donde Bayern Múnich ya impuso condiciones con una goleada histórica. Pero más allá de la tabla, lo que Boca se lleva de Miami es una inyección de confianza, una muestra de que puede estar a la altura y una hinchada que, como siempre, hizo sentir que La Bombonera también late en el extranjero.
¿Fue un empate con sabor a victoria o una oportunidad perdida? Tal vez ambas cosas. Pero lo cierto es que Boca volvió a emocionar. Y en estos tiempos, eso ya es noticia.
