martes, agosto 19, 2025

El regreso de las peñas: Tucumán vuelve a cantar, pero con otra voz

Las noches tucumanas vuelven a vibrar con guitarras, bombos y zambas. Las peñas folklóricas, que alguna vez fueron el corazón cultural de la provincia, están viviendo un nuevo boom. Pero este renacer no es una simple repetición del pasado: es una reconfiguración identitaria que dialoga con la nostalgia de los años 90, pero también con las urgencias del presente.

En la década del 90, las peñas eran refugio y resistencia. En medio de una Argentina golpeada por el neoliberalismo, el desempleo y la fragmentación social, los patios de tierra y los escenarios improvisados ofrecían algo más que música: eran espacios de encuentro, de comunidad, de afirmación cultural. Tucumán, con su tradición de canto popular y su historia de lucha, supo convertir esas noches en trincheras simbólicas. La peña no era solo entretenimiento: era territorio.

Hoy, el fenómeno vuelve, pero con matices distintos. Las nuevas peñas combinan folklore con fusión, gastronomía gourmet con empanadas caseras, influencers con copleros. Hay una estética más cuidada, una lógica de mercado más presente, y una búsqueda de visibilidad en redes que antes no existía. El Ente de Turismo promociona las peñas como atractivo turístico, y muchos jóvenes redescubren el folklore como parte de una identidad que parecía dormida.

En este nuevo auge, algunas peñas se han convertido en verdaderos íconos de la movida nocturna tucumana. El Alto de la Lechuza, considerada la más antigua del país, sigue siendo un faro cultural con espectáculos en vivo y platos tradicionales como locro y humitas. La 9 Peña y Restobar combina folklore con fiestas temáticas y karaoke, atrayendo a un público joven que busca identidad y diversión. La Casa de Yamil, El Cardón, La Escondida y La Taba también se consolidan como espacios donde la música popular se mezcla con la gastronomía regional y una estética cuidada. Incluso en Raco, El Patio de Don Gómez ofrece una experiencia criolla en plena naturaleza. Estas peñas no solo recuperan el espíritu de los 90, sino que lo actualizan con propuestas híbridas que conectan tradición, turismo y redes sociales.

Pero el contexto es otro. La crisis económica actual, la precarización laboral y el desencanto político también empujan a la gente a buscar espacios de pertenencia. Las peñas vuelven a ser refugio, pero ya no desde la marginalidad cultural, sino desde una resignificación que mezcla tradición con modernidad. En los 90, se cantaba para resistir. Hoy, se canta para reconectar.

La pregunta que queda es si este boom será sostenible o si se agotará en la lógica del evento. ¿Podrán las peñas volver a ser espacios de construcción colectiva, como lo fueron en los patios de barrio y los centros culturales de hace treinta años? ¿O quedarán atrapadas en el algoritmo del consumo rápido?

Lo cierto es que Tucumán canta otra vez. Y aunque la voz haya cambiado, el eco sigue siendo el mismo: el de un pueblo que, aún en la adversidad, se abraza en ronda y canta su historia.

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