Lo que ocurrió en el Movistar Arena el 6 de octubre no fue un acto de gobierno, ni una presentación literaria, ni siquiera un evento cultural. Fue un espectáculo político disfrazado de recital, donde el presidente Javier Milei convirtió la gestión pública en un show personalista, con estética de rock nacional y guion de campaña electoral. El resultado: una puesta en escena bochornosa que expone el vacío institucional detrás de la narrativa libertaria.
La banda presidencial y el karaoke del poder
Milei ingresó al estadio al ritmo de “Panic Show” de La Renga, rodeado por su círculo íntimo —Karina Milei, Santiago Caputo, Manuel Adorni— y acompañado por “La Banda Presidencial”, integrada por legisladores como Lilia Lemoine y los hermanos Benegas Lynch. Interpretaron clásicos como “Demoliendo Hoteles”, “Rock del gato” y “No me arrepiento de este amor”, mientras el mandatario entonaba letras modificadas como “Soy capitalista” en lugar de “Tu vicio”.
La escena, que podría haber sido parte de una parodia televisiva, fue real. Y fue financiada, directa o indirectamente, por recursos públicos, en medio de una crisis económica que pulveriza salarios, expulsa empresas y deja a millones fuera del consumo básico.
El libro como excusa, la campaña como objetivo
El evento fue presentado como el lanzamiento de su nuevo libro, La construcción del milagro. Pero el contenido editorial quedó relegado frente a la puesta escénica. El verdadero objetivo fue relanzar la campaña de La Libertad Avanza tras la renuncia de José Luis Espert y la derrota electoral en Buenos Aires. Milei pidió explícitamente el voto, arengó contra el kirchnerismo, y proyectó spots con estética de Star Wars donde se enfrentaba a “los enemigos de la libertad”.
Incluso dedicó un momento a cantar “Hava Nagila” en homenaje a las víctimas del conflicto en Medio Oriente, en una mezcla desconcertante de política exterior, música litúrgica y oportunismo mediático.
¿Qué revela este acto?
- Desconexión con la realidad: mientras el país atraviesa una recesión profunda, el presidente canta en un estadio como si fuera un influencer en gira.
- Personalismo extremo: el culto a la figura de Milei reemplaza cualquier institucionalidad. No hay gabinete, hay banda.
- Desgaste simbólico: la investidura presidencial se diluye en una performance que banaliza el rol del jefe de Estado.
- Campaña encubierta: el acto viola el espíritu de la veda electoral, disfrazando proselitismo de presentación cultural.
¿Y ahora qué?
El bochornoso recital de Milei no es un hecho aislado. Es parte de una estrategia que convierte la política en espectáculo, la gestión en relato, y la crisis en decorado. Pero la Argentina real —la que no entra al Movistar Arena ni canta “Libre” con Nino Bravo— exige respuestas, no shows.
La democracia no se sostiene con micrófonos ni con coros. Se sostiene con políticas públicas, con respeto institucional y con empatía social. Y eso, por ahora, no está en el repertorio.

