Mientras el ministro de Economía Luis Caputo negocia en Washington un salvavidas financiero de proporciones épicas, el mercado argentino se desangra en tiempo real. Los bonos soberanos en dólares profundizan su caída, el riesgo país vuelve a escalar, y el Tesoro se queda sin municiones para contener una corrida que ya no es solo cambiaria: es política, institucional y narrativa.
Bonos en picada, confianza en terapia intensiva
Los títulos más largos —como el Global 2038 y el Bonar 2035— registraron pérdidas de hasta 3,7% en una sola jornada. La tasa interna de retorno (TIR) de algunos papeles ya perfora el 20%, lo que refleja no una oportunidad de inversión, sino una señal de alarma. Los inversores no están apostando: están huyendo.
La falta de definiciones concretas desde Estados Unidos sobre el supuesto “swap” de monedas por 20.000 millones de dólares agrava la incertidumbre. El Tesoro, que había acumulado divisas gracias a la liquidación extraordinaria del agro bajo el régimen de retenciones cero, ya perdió más del 60% de esos fondos en apenas cuatro ruedas. La intervención cambiaria se volvió insostenible.
Un Tesoro sin tesoros
Con menos de 700 millones de dólares disponibles para seguir interviniendo, el margen de maniobra se achica. El dólar oficial permanece planchado, pero a costa de una sangría que no tiene respaldo ni horizonte. La estrategia de contención se parece cada vez más a un dique de papel frente a una tormenta financiera.
La visita de Caputo a Washington, lejos de calmar las aguas, las agita. El mercado exige definiciones, pero recibe silencios. Y en ese vacío, los bonos se desploman, los ADRs se mueven en terreno mixto, y el índice Merval apenas respira.
¿Qué está en juego?
- Credibilidad: sin señales claras, el relato oficial pierde peso frente a los hechos.
- Reservas: el drenaje de divisas compromete la estabilidad cambiaria.
- Gobernabilidad: las elecciones legislativas del 26 de octubre serán un termómetro de la gestión libertaria.
- Modelo económico: la falta de un plan productivo real deja al país a merced de la especulación.
¿Y después?
Pasadas las elecciones, el gobierno podría liberar el tipo de cambio y ajustar las tasas reales. Pero eso no garantiza acumulación de reservas ni sostenibilidad de la deuda. El problema no es técnico: es político. Y mientras se posterga la toma de decisiones, la economía se vacía de certezas.
La sangría de dólares no es solo una cuestión financiera. Es el síntoma de una gestión que, entre recitales y slogans, parece haber perdido el pulso de la realidad. Y cuando el mercado deja de creer, el país empieza a pagar.

