Anclar el dólar es anclar todos los precios. Esta premisa sobrevuela las negociaciones del gobierno de Milei con el FMI. De qué depende de un acuerdo.
Una idea que reaparece cada tanto en el debate político es la eliminación de las elecciones intermedias. En esencia, ello supondría eliminar uno de los dos test que cada dos años, los impares, deben pasar todos los gobiernos. Pero estrictamente el problema no reside en el test democrático o no, sino en la forma que esta periodicidad genera en la toma de decisiones políticas. Hasta hace poco, la “maldición de los años impares” marcaba el ciclo del gasto público. Ni siquiera el macrismo pudo escapar a la dinámica, ya que, por ejemplo, luego del lánguido ajuste inicial y la salida del cepo a comienzos de 2016, en 2017 ya se lo acusaba de hacer “kirchnerismo electoral”, es decir de expandir el gasto para ganar las elecciones, lo que efectivamente sucedió en 2017.
En el presente, la dinámica parece distinta. Está claro que lo que está en juego no es la expansión o no del gasto, sino la esencia del programa del oficialismo que es el sostenimiento del “ancla cambiaria”. Aunque economistas de renombre sostengan que la verdadera “ancla nominal” es la fiscal, lo cierto es que es el ancla antiinflacionaria real es el precio del dólar.
Por supuesto, sería obtuso no reconocer que la estabilidad del tipo de cambio tiene también un componente fiscal. En países en los que opera la restricción externa y que, además, perdieron la función de reserva de valor de su moneda, el déficit fiscal no solo se monetiza parcialmente, sino que se dolariza, algo que quienes no comprenden la dinámica económica suelen caracterizar como “fuga”.
Dicho de otra manera, una porción de la actual estabilidad cambiaria es fiscal, es decir, existe una menor demanda de divisas con origen primigenio en el déficit fiscal. Sin embargo, al final del camino, el precio de la divisa sigue dependiendo -como siempre- del total de la oferta y la demanda. Sintetizando, se redujo la “demanda fiscal” y aumentó en el margen la oferta genuina por el lado de las exportaciones, especialmente las energéticas, pero la clave fue que entraron cerca de 30 mil millones de dólares por el blanqueo. El resultado es que la estabilidad cambiaria de 2024 se explicó más por aumento de la oferta con origen en el blanqueo que por la caída de lo que, de manera sui generis, denominamos “demanda fiscal”.
Ahora bien, revaluar el tipo de cambio siempre es un bálsamo. La inflación solo es un fenómeno monetario en el margen. El movimiento de los precios está mediado por el comportamiento de los precios básicos. Y el principal precio básico de la economía local, además de salarios y tarifas, es el del dólar, lo que es especialmente cierto en una economía sin moneda. Anclar el dólar es anclar todos los precios. Luego, el concomitante freno de la inflación tiene efecto ingreso para todos los asalariados y súper efecto para los sectores medios para arriba que, como nunca si se exceptúa el final de la década de los 70, están gastando dólares en el exterior. Los economistas oficialistas dicen incluso que estas compras en el exterior significan competencia para los precios internos, lo que en consecuencia tendrá efectos antiinflacionarios, una prueba más de que en economía se puede recurrir a cualquier silogismo sin ruborizarse.
En la vereda de enfrente, la vieja heterodoxia se divide en dos corrientes, la que siempre abogó por un tipo de cambio sobrevaluado porque “aumenta el ingreso de los trabajadores” y en el fondo le gustaría hacer lo mismo que Milei, pero “con sensibilidad social”, y la que podríamos denominar “frenkeliana”, que cree que del actual atolladero se podría salir otra vez con un tipo de cambio recontraalto, es decir con una nueva devaluación y consecuente licuación inflacionaria. Por suerte, nada indica que el equipo que comanda el mesadinerista Caputo vaya a cometer la torpeza que cometió el abogado Sergio Massa luego de las PASO de 2023, devaluar porque “lo pedía el Fondo”.
En el manual fondomonetarista existe una línea teórica que no es precisamente la que sigue el gobierno de La Libertad Avanza. Si el lector vive en Argentina y siguió los acontecimientos económicos de los últimos años seguramente se habrá cansado de leer sobre el “artículo VII”, que es el que dice que los países no deberían usar los recursos prestados por el organismo para intervenir en el mercado cambiario, algo que por supuesto no se respetó con los dólares que ingresaron en el megapréstamo de 2018 y que tampoco está dispuesto a respetar la actual administración. En una segunda línea de condicionalidades, al FMI tampoco le gustan los cepos y las regulaciones cambiarias de cualquier clase, lo que llevaría a dejar flotar el tipo de cambio y salir del cepo, es decir a un salto cambiario y, por extensión, inflacionario. Para no perderse en los detalles, nada de lo que propone llevar adelante la burocracia del Fondo es acorde al programa que imagina el gobierno, que sabe que para ganar las elecciones de medio término necesita seguir mostrando a rajatabla la bandera de la estabilidad, lo que supone sostener contra viento y marea el precio del dólar.
Fuente: eldestapeweb.com